Os invitamos a la lectura de los siguientes relatos ganadores en distintos concursos:
· XVIII Concurso de Cuentos Breves de Comillas.
· Concurso de José luis Hidalgo 2021(Estos relatos no aparecen en el blog hasta que no sean leídos en la celebración de septiembre)
· 6º Concurso de relatos cortos “La salud en el trabajo”
¡Esperemos que disfrutéis con ellos!
UN VIAJE EN DIENTE DE LEÓN Iría Herrero Concepción
En una mañana de primavera, con los primeros
rayos de sol, una hormiga asoma su cabeza por la ventana del salón. Vio una
flor que parecía algodón y dijo:
-
Llegaré hasta allí, conoceré a esa flor y juntos viviremos grandes
experiencias. Pero ¿cómo?
La hormiga valiente, afortunada y con suerte,
bajó al suelo y cruzó el largo y peligroso jardín. Llegó hasta la flor y le
preguntó:
-
¿Cómo te llamas? ¿Quieres ser mi amiga? Yo soy Lucía, la hormiga
llena de alegría.
-
Me llamo Marisol, el diente de león. Y sí, quiero ser tu amiga.
-
Pues si te parece bien vamos a explorar el mundo. Pero ¿cómo?
Sopló el viento y una semilla de la flor
comenzó a volar. La hormiga y la flor se
miraron. Ya tenían la solución.
Lucía
se agarró a Marisol, y al segundo empujón del viento volaron como mariposas.
Visitaron: el jardín de la abuela Claudia, la pradera de José Luis, un estanque
de patos y el albergue Paraíso.
Y así fue como esta historia, de dos buenas
amigas, llega a su fin.
La flauta de Max Nicolás Estébanez Gómez
Max Smith, más conocido
como “Barba Morada”, era un pirata que abordaba barcos y robaba tesoros en el
Mar de las 101 Calaveras.
Un día en la isla “Mal de Ojo”, donde habían atracado para buscar un tesoro, a Max le cayó una
maldición por no hacer caso a su loro
ArrozBlanco, experto en maldiciones.
Cuando entraron en la
“Cueva de los Perros” encontraron el tesoro, un cofre lleno de monedas y una
flauta de oro.
ArrozBlanco le dijo a
Barba Morada que si intentaba sacar la
flauta de la cueva ya nunca podría soltarla.
Pero Barba Morada no
creía en las maldiciones y además le encantaba la flauta.
Salieron de la cueva y
volvieron al barco para poner rumbo a las Islas Verdes, donde tenían su casa.
Cuando Barba Morada
intento coger el timón vio que no podía soltar la flauta y volvió a tierra para
dejarla pero la cueva había desaparecido.
Muy asustado le pregunto
a su loro y ArrozBlanco le dijo:
-
La cueva se abrirá dentro de 100 años, en la noche de luna llena.
Barba Morada grito:
-
Eso es imposible, ¡estaré muerto!
ArrozBlanco contesto:
-
¡Desde que estás conmigo eres inmortal!
REHENES Dolores Cayón Solar
Con
el tímido sol de una mañana y una taza de café, atrapada en una noria de
emociones, recuerda Luna aquel viernes de marzo, día en el que todo aquello que
escuchábamos a nuestro alrededor tomó forma gestándose una pesadilla que iba
creciendo fuera de los sueños. Ese quinto día de la semana, se preparaba para
recibir a la primavera, pero, en lugar de esperar los “brotes” de la época,
apareció la germinación de un ente invisible que, sin tregua alguna,
conquistaba parcelas de humanidad.
Su
contrato, iniciado a últimos de febrero, indicaba: Refuerzo por Gripe;
un eufemismo para ocultar la que se venía encima. Los primeros 15 días, de
correturnos y luego inauguró la primera planta COVID que se habilitó.
Cada día, Luna llegaba a su trabajo, a la 7ª planta, santuario de la desolación
y la acogida de los infectados. Unos minutos para ese ritual diario de
protección : colocarse el EPI, guantes,
mascarillas…y escondiendo tras de sí miedos, rabias, lamentos estériles y
sonrisas camufladas entre tanto sufrimiento.
Un
paisaje desolador colmado de respiraciones agónicas, toses que salían de
gargantas débiles, fluidos corporales, soledad en sus almas y una espera sin
esperanza. En esas níveas paredes, viajeros de la vida, veían pasar el
tiempo en relojes blandos que distorsionaban su realidad.
Al
principio, un EPI para el personal que cuidaba a estos pacientes ; más tarde, a
medida, que avanzaba este enemigo, la misma indumentaria
servía para todos los ingresados en la
planta .Estirando recursos materiales y humanos.
Y
las cifras, in crescendo: las de los que se fueron sin fecha de retorno,
las que cambiaron el hospital por su hogar, las que mantuvieron su integridad
sin salidas al exterior para evitar engrosar otras cifras más…Y así, cada noche
con su día, envolviendo la rutina con alientos fétidos de muerte y enfermedad y
buscando el cobijo de un lejano amanecer en el que juntáramos las horas en
quehaceres cotidianos.
Al
término de su jornada, Luna repetía el mismo ceremonial al llegar a su casa: se
desprendía de toda la ropa, lavado aislado de la misma y ducha inmediata para
que fluyera por el desagüe el olor y el dolor del desahucio humano. Trataba de
desprenderse de esa maleta llena de equipaje solitario, con destino incierto.
Pero,
a pesar del esmero en aplicar las medidas preventivas, el visitante acogió
en su seno a Luna; cansancio, sin fiebre, algo de agotamiento….síntomas que
achacaba al estrés de la situación que estaba viviendo. Las pruebas empatizaron con el virus y Luna se contagió.
Pasadas unas semanas, ya inmunizada, continúo su labor. El personal sanitario
no se podía permitir enfermar.
Aplausos
al atardecer, canciones solidarias al mismo tiempo que las vidas se desvanecían
en soledad, los recursos “mermaban” y la vertiginosa presencia del virus
invadía cada rincón de nuestra existencia. Cosecha de vidas acabadas yéndose en
soledad, con el sabor amargo de una despedida sin adiós.
En
el diario de Luna, sus hojas siguen tiñéndose de oscuras vivencias ; cada
palabra escrita evoca todos los momentos
acumulados en los que la piel se olvidó de los besos, abrazos, del suave
roce de unas manos, unos labios…Y aparecieron
las distancias con gestos y palabras de cariños ahogados. De cómo
apareció el tabú del estornudo, del dolor de cabeza, del malestar general… por
si el contagio hubiera entrado en tu vida y te convirtieras en un apestado. Desconfianza,
miedo, rabia, recelo, angustia, dolor, soledad,…anegaron el calendario diario.
Ya
ha pasado más de un año y Luna continúa en su viaje emocional, esperando que
vuelva una brisa que acaricie el presente,
aprendiendo del hoy para proteger el mañana, con el leve murmullo
del dolor mitigado.
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